El espacio terapéutico puede ser el lugar privilegiado en el cual el cliente puede reconectar con sus sensaciones e impulsos genuinos, nombrarlos, resituarlos en otro lugar del propio mapa mental, y hacerse responsable de ellos. A esta secuencia podemos llamarla proceso de ampliación de la conciencia del cliente, o bien proceso de contacto. La terapia individual se convierte así en el lugar seguro en el cual poder transitar aquello que se siente como difícil, y valorar otra forma más coherente de hacerse cargo de la propia vida.
El objetivo de la terapia individual será siempre el de ampliar la conciencia personal del cliente sobre quién es y cómo actúa en el mundo y en las relaciones, ayudándole a aceptarse de forma genuina y vivir coherentemente de acuerdo a sus propios valores y principios.
La verdad sobre quiénes somos y qué nos mueve, nos libera, nos empodera y nos convierte en responsables de nuestros actos y de nuestra existencia. Creo que la vocación del cliente que inicia un proceso terapéutico individual es condición sine qua non para el éxito del mismo. Sin coraje personal por enfrentar y transitar lo difícil, es complicado sostener un proceso que requiere de una inversión emocional y económica durante un periodo más o menos largo de tiempo (una terapia suele durar entre seis meses a dos años).
Me gusta la idea de lograr integrar la buena mirada, sobre lo propio y sobre lo ajeno. Una mirada que nos previene de los prejuicios acelerados sobre aquello que actuamos y que no entendemos del todo, aunque nos controla. La buena mirada, en mi opinión tiene que ver con la buena autoestima. La buena mirada abarca lo que es, se atreve, observa, comprende, contiene, comparte, sostiene, confirma y acepta aquello que emerge en el campo, esto es, aquello que surge y se manifiesta en el espacio terapéutico. Generalmente la terapia pone luz y conciencia sobre aspectos de nosotros poco conocidos, o bien desconocidos, que se mantienen fuera de la conciencia, o bien aspectos que hemos aprendido a obviar pero que sí resuenan en la terapeuta.
Así la terapeuta registra en ella misma aquello que el cliente no necesariamente capta sensorialmente, y por lo tanto permanece enajenado de su conciencia, y puede traerlo ahí y entonces a la conciencia de la clienta.
Para que ello pueda acontecer, es necesario que el terapeuta se convierta en ese entorno acompañador, facilitador, aceptador y nutricio que requiere el desenlace de un proceso de apertura, donde lo que el cliente trae se pueda manifestar. La buena mirada de la terapeuta es el abono nutricio, como una semilla, que puede dar lugar a los procesos de cambio en el cliente, metafóricamente visto como la tierra que acoge esa semilla.
Como terapeuta gestáltica me interesa experienciar lo que pasa entre yo y los clientes, observar «lo que traen», las historias que cuentan y cómo las cuentan, al tiempo que intento registrar cómo me siento afectada por lo que me están contando, y devolverle mi verdad al cliente desde la aceptación y el respeto. La terapia así es un espacio de co-creación dotado de sentido y genuinidad, ya que sólo aquello que es reconocido puede ser transformado.
El dolor que puede ser reconocido y nombrado, se convierte en presencia y nos aleja de la ausencia, que es el territorio donde habita el sufrimiento.
Así, en el espacio de la terapia puedo decidir adoptar diversas estrategias; puedo compartir mi afección con la persona y experienciar cómo le afectan mis palabras. También puedo proponer alguna dinámica para hacer visible algo que para mi es obvio, pero no necesariamente lo es para la clienta. Para ampliar la conciencia disponemos siempre de la palabra, pero también tenemos las metáforas, el arte, la literatura, la creatividad, y por supuesto el ámbito de lo corporal.
El precio de la terapia individual es de 750 coronas por 60 minutos.